viernes, 24 de abril de 2009

El arte de la fuga
Eduardo Antonio Parra


Entre los múltiples aspectos que caracterizan a los seres humanos, acaso no haya uno que se repita tanto en hombres y mujeres como el impulso de huir.
Sentir urgencia de escapar de una situación opresiva, de un trabajo mal retribuido, de un matrimonio gastado, de un peligro o de una amenaza son asuntos graves, pero tan comunes para todos como las cotidianas ansias de fuga que nos embargan al sostener un encuentro ocasional con alguien a quien no soportamos, al tener que escuchar con buena cara una conversación aburrida o desagradable, al hallarnos en medio de una multitud hostil o al vernos obligados a enfrentar las consecuencias de nuestros actos –muchas veces, de actos que consideramos banales en el instante de realizarlos–. Se trate de una esperanza, de un anhelo, un propósito, un prurito, una necesidad inaplazable o un instinto, la idea de la huida despliega de modo constante sus infinitos atractivos en nuestro pensamiento, incluso si nunca la llevamos a cabo; incluso cuando, para resistir su tentación, tratamos de convencernos de que nuestras circunstancias son más positivas que negativas, de que la sensación de estar atrapado es pasajera, de que la vida no es tan terrible. No obstante, por más argumentos que esgrimamos en favor de la permanencia, de la comodidad y la costumbre, el fantasma de la huida continúa apareciéndose frente a nuestros ojos, provocándonos un desasosiego que quizá sea correcto calificar como agradable, pues siempre nos recordará que existe una puerta abierta, una ruta de escape que podemos tomar en el momento en que nos llegue el agua al cuello.
El arte de la fuga –como tituló Sergio Pitol a uno de sus libros más entrañables–, consiste, así, en saber detectar el momento exacto de entregarse a ella –a la fuga–, en poner en práctica nuestra habilidad para reconocer los indicios que nos anuncian el cierre de un capítulo de la vida, que nos dicen que el ciclo de nuestra resistencia y perseverancia ha concluido y que es preciso cambiar de aires, comenzar una nueva vida y dejar atrás todo, tanto lo que nos atosiga como lo que nos otorga ciertos remansos de tranquilidad. Es por eso que, aunque sientan en su interior los impulsos repetidos de la huida, no todos aprenden a dominar sus secretos. Es por eso que existen tantos hombres y mujeres infelices. Es por eso –acaso por envidia– que quienes escapan resultan ser los más criticados por quienes se quedan. Y también es por eso que el ansia de huida representa un tema literario tan atrayente, cuyos matices constituyen además un reto difícil de lograr para cualquier novelista que no cuente con la capacidad de observación de las conductas humanas y la perspicacia psicológica que muestra Norma Lazo en su novela más reciente.
Relato de la derrota y el fracaso, desde las primeras páginas El dilema de Houdini nos envuelve en una atmósfera densa, donde los personajes deambulan a punto de ahogarse en la depresión a causa de una serie de circunstancias que la existencia de cada cual ha colocado a modo de obstáculos en su camino: una atmósfera capaz de oprimir al mismo lector. La autora la construye en base al lenguaje circular, obsesivo, que pone en boca de Sofía, la protagonista y narradora de la historia, quien atraviesa por una de las etapas más oscuras de su vida luego de haber perdido a su pareja tras la arremetida de una cirrosis hepática congénita. Sofía sobrevive a su duelo sólo gracias a los fármacos cuyas recetas consigue en sus constantes visitas al psiquiatra, y a la compañía ocasional de los dos únicos amigos que tiene, Carmelo y Sebastián. Pero los fármacos son tantos y tan variados que cada vez que la mujer los enumera es como si recitara una letanía fúnebre, y los amigos se encuentran tan hundidos en sus propias depresiones que, más que servirle de consuelo, son un lastre que parece hundirla más y más en la oscuridad. Por si fuera poco, y como una salvaje ironía del destino, Sofía se gana el sustento dictaminando manuscritos de autoayuda para una editorial, ejercicio que le sirve para comprobar en carne propia que estos libros sirven únicamente para confundir más a quien los lee.
A través de los ojos de Sofía –que a veces los contempla con simpatía y a veces con hartazgo–, poco a poco nos adentramos en la cotidianidad de Carmelo y Sebastián. El primero trabaja como mago y escapista en un cabaret llamado El Gran Houdini, donde realiza sus actos con destreza y pasión, y acaso sería el menos depresivo de los tres si no fuera porque al final del día debe regresar al estrecho departamento donde vive con su esposa, una gorda amargada que en un pasado muy, pero muy remoto, fue una belleza escultural de carácter agradable. Por su parte, Sebastián es pianista en el mismo local, adicto al alcohol, al juego, a la cocaína, y arrastra tras de sí el estigma de haber sido un niño prodigio para las matemáticas y para la música, orgullo de unos padres intelectuales a los que despreciaba, y de haber malgastado todas sus aptitudes en una vida sin sentido.
Con estos tres personajes Norma Lazo entreteje una trama de la desolación, gran parte de la cual se desarrolla en un solo día, en el que no sólo ellos, sino la ciudad entera está conmocionada debido a la noticia de que un tigre de Bengala ha huido de su cautiverio provocando embotellamientos e histeria colectiva y matando a algunos incautos que se acercaron a él con la intención de calmar su furia. Por la mañana, entre que se despierta y no se despierta, Sofía oye el rugido del tigre en sueños a través de la televisión, lo continúa oyendo mientras se prepara para iniciar el día, mezcla en su mente las escenas de la persecución del felino con los recuerdos de Sebastián y Carmelo, y después, al salir a la calle rumbo a la consulta del psiquiatra, se da cuenta de que nadie habla de otra cosa y de que hasta los taxistas siguen el hilo de los acontecimientos por medio de la radio. Pronto el tigre de Bengala se vuelve una obsesión mediática para la ciudad de México y un objeto de análisis para Sofía, quien equipara la situación de la fiera con la suya y las de sus amigos: se trata de un ser cautivo cuya añoranza por sus épocas de libertad lo llevó a aprovechar la primera ocasión que tuvo para huir, aunque en la fuga le fuera la vida. Tras pensar en él una y otra vez, para Sofía el tigre deja de ser una bestia peligrosa y deviene símbolo, indicio de que quizás ha llegado el momento de escapar de la prisión propia y tomar la ruta de escape. El felino además anda huyendo por el mismo rumbo de la ciudad donde camina la mujer, y ella no se pone nerviosa como la gente a su alrededor. Por el contrario, busca el encuentro con él, pues intuye que de ese encuentro depende su destino, y quizás los de Carmelo y Sebastián.
De este modo, con trazos rápidos y precisos Norma Lazo crea un universo íntimo donde tres individuos y una fiera fugitiva entrecruzan sus destinos justo en el instante en el que los cuatro están más vencidos. Sin embargo, como la lógica indica, si una situación no puede ser peor, entonces por fuerza debe mejorar. Y con el transcurso de las páginas, al tiempo que los lectores nos vamos familiarizando con el carácter y la biografía de cada personaje, los tres comienzan a sentir la necesidad de salir del hoyo para emerger de nuevo a la superficie, con lo que la novela se convierte en el reflejo de una lucha triple contra las adversidades.
Es en este esfuerzo de Sofía, Sebastián y Carmelo, en las peripecias que atraviesan en su búsqueda de una salida, que destaca la aguda visión psicológica de la autora. Al narrar la cotidianidad de los protagonistas, al enfocar sus actos más nimios en una suerte de close-up por medio del lenguaje, al seleccionar con sumo cuidado las escenas de su pasado, al hacer hincapié en sus pequeñas alegrías, Norma Lazo lleva a cabo un profundo análisis de lo que es la vida para los habitantes de las grandes urbes en la época contemporánea. Saca a relucir los miedos, las angustias y las fobias que los envuelven; pero también los instantes de paz y las ráfagas de felicidad momentánea que, además de establecer un equilibrio precario para el espíritu, son el anuncio de que en cualquier momento pueden arribar mejores tiempos. Todo lo terrible tiene que pasar, si no hoy ni mañana, sí algún día quizá no muy lejano. Por medio de sus actos, sus pensamientos y los recuerdos del pasado, Sofía se desnuda para los lectores en cuerpo y alma, y hace lo mismo con Sebastián y Carmelo, al grado de que al concluir la lectura de la novela no sólo los conocemos como si hubiéramos convivido con ellos toda la vida, sino también padecemos sus sufrimientos y nos entusiasmamos con sus esperanzas. Descubrimos que son como nosotros, o que nosotros somos como ellos, y agradecemos a la autora que nos haya construido un espejo que nos refleja con tal nitidez: como en todo buen libro, en éste el lector encuentra la oportunidad de llevar a cabo un ejercicio de autoconocimiento.
Relato existencial, psicológico, en ocasiones erótico, poético desde su concepción hasta su trazo final, lleno de escenas inolvidables –como aquélla donde Sofía y el tigre de Bengala se topan en un pasaje subterráneo–, de escenas violentas y otras entrañables, en la brevedad de sus ciento ochenta páginas tienen cabida los recitales de piano, los actos de magia, los enfrentamientos en el póker, las persecuciones, el sexo casual, los desalojos, las golpizas, las borracheras a solas o entre amigos, las adicciones y los enamoramientos furtivos, todo bajo el signo de una tristeza que página a página se va transformando en otra cosa. No obstante, más allá de la trama, es la versatilidad del estilo de la autora lo que nos mantiene en vilo durante la lectura: un estilo en ocasiones conciso, en otras desenfadado, a veces poético y a veces muy coloquial, que consigue siempre el tono adecuado para lo que está narrando. Gracias a él, Norma Lazo ha escrito, con El dilema de Houdini, una novela sólida, profunda y memorable, que viene a reafirmarla como una de las narradoras ineludibles de la literatura mexicana actual.


El dilema de Houdini

Hace casi dos años de aquel doloroso invierno. Desde entonces sólo he encontrado consuelo en el aislamiento. Aunque debo confesar que de niña también fui así, un pequeño autista exiliado dentro de su propia caracola. Bueno, tampoco soy inocente, mejor dicho un mafioso siciliano arrinconado de espaldas a la pared, en busca de la protección de las esquinas para no ser baleado por la espalda. Es una vieja práctica que ejercitamos quienes tenemos cuentas por pagar. Yo tengo muchas, pero un gángster suena ambicioso, quizá sólo un bicho insignificante, pariente lejano de las orugas y los cangrejos ermitaños, de esos que se hacen bolita ante el menor contacto con lo ajeno. Sólo hay una manera de relacionarse con los demás y es no haciéndolo.

El dilema de Houdini (fragmento)

martes, 17 de febrero de 2009

El Dilema de Houdini

La posibilidad de huir es lo único que mantiene vivo a los personajes de esta novela, lo que trae a cuento a Harry Houdini, quien actuaba su propio encierro sólo para poder huir de él. Sofía, una mujer atrapada en su propia melancolía; Carmelo, un viejo escapista que no consigue huir de una relación tortuosa; Sebastián, un ex niño prodigio intentando olvidar la desilusión que les causó a sus padres, y, finalmente, un tigre de Bengala que huye de su cautiverio causando caos en la ciudad. Todos huimos de algo, pero, ¿alguien puede conseguirlo?